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Who's here right now?

[10, 04, 10 // 2:42]

Como dije, lo publico aquí.
Es un relato corto, como también dije ya.
Espero que os guste.
Nota: la parte "X" esta cortada. Quien quiera lemon, que lo pida y lo publicaré o se lo pasaré a esa persona. Gracias.


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Kuroneko
(Gato negro)


Era una mañana de primavera, pero realmente no lo parecía. El aire silbaba más allá de la ventana de mi cuarto, golpeando miles de gotas de agua contra ella. Yo estaba sencillamente tumbado sobre mi cama, con las sábanas a la altura del pecho, la manga sobre la cintura y el edredón a los pies. Observaba, con la mente en blanco, como impactaba la lluvia contra el cristal mientras aguardaba a que el despertador comenzase a sonar.
El aroma de las tostadas recién hechas alcanzó el segundo piso y mi cuarto. Inspiré profundamente, para después liberar el aire con una dulce risotada. Y, en ese preciso instante, el despertador comenzó a sonar.
Con pesar, retiré toda la ropa de cama que me cubría, tomando y apartando con fuerza las sábanas para enviarlas junto al edredón. El frío me atacó sorpresivamente. Un escalofrío recorrió mi espalda y la piel se me puso de gallina.
Tomé mis zapatillas y me las calcé para salir de mi habitación. El aroma del desayuno se intensificó mientras descendía las escaleras. Al alcanzar la cocina mi hermana mayor me recibió con una enorme sonrisa y con el desayuno servido sobre la mesa.
Me senté, somnoliento, y comencé a untar la tostada con algo de mantequilla para luego mejorarla con mermelada de fresa.

- ¿Qué tal has dormido hoy, Kenda? - me preguntó mi hermana.
- Apenas he pegado ojo - susurré, mordisqueando la tostada.

El silencio inundó la sala. Hacía ya un mes que habíamos perdido a nuestros padres en un accidente de tráfico. Yo iba en el coche con ellos pero a mi solo se me dañó un ligamento de la rodilla derecha. El choque fue frontal y mis padres fueron como un escudo para mi. Desde entonces mis pesadillas no me dejaban dormir.


- Esta mañana deberías abrigarte – susurró, mientras comenzaba a recoger la mesa.

                Su mirada siempre se mutaba sombría cuando hablábamos de mis problemas para descansar. En el fondo yo sabía que se culpaba de la muerte de nuestros padres, pero ¿Qué podía decirle yo? Tenía el mismo sentimiento que ella, enterrado en el fondo de mi corazón.

- No te preocupes, estaré bien – me levanté y le tendí mi taza.

            Subí las escaleras y me adentré en mi habitación. Mi pequeño refugio, con mi aroma impregnado en todas y cada una de las cosas que lo componían. A veces me sentía como un gato, buscando los aromas conocidos para sentirme seguro.
            Me vestí el uniforme del instituto y me arreglé un poco el pelo ante el espejo. La visión era la misma de siempre: cabello negro y desaliñado, recogido en una pequeña coleta por la pereza de recortarlo; ojos oscuros y profundos, para nada rasgados, iguales que los de mi madre; labios carnosos y rosados y una barbilla no demasiado pronunciada. Todas las chicas de mi clase solían decir que era un chico muy guapo, pero que me parecía más a un gato que a un chico. Y, por supuesto, no era la primera vez que algún compañero masculino intentaba sobrepasarse conmigo.
            Tomé mi maletín y salí corriendo de casa. Apenas me dio tiempo a gritar un “hasta pronto” a mi hermana mientras me aventuraba fuera del edificio. Como llovía, llevaba puesto un chubasquero sencillo. Aún no me había quitado el uniforme de invierno a pesar de que ya estábamos en primavera. Los meteorólogos prometían sol en un par de semanas, pero todo el mundo estaba ansioso por librarse de los oscuros y sombríos tonos del otoño y el invierno y darles rienda suelta a los colores vivos y llamativos que recibían la primavera.
            Yo no era una de esas personas.

            Entré por la puerta principal cuarenta minutos antes de que fuese necesario entrar en clase. En los casilleros, deposité mi calzado y tomé mis otros zapatos. Me calcé y suspiré, en un lugar seco al fin.
            La puerta sonó apenas dos minutos después de que hubiese dejado el chubasquero en mi taquilla. Era Kaname Shirou, un sempai de segundo año del que no dejaban de hablar últimamente. Decían que estaba con cinco mujeres al mismo tiempo y que todas ellas eran mujeres comprometidas. Todo un mujeriego… tan molesto… lo llamaban “Perro solitario”. De todas pero de ninguna.

-¡Buenos días! – alzó su mano para saludarme – No tendrás una toalla ¿Verdad?

            Me levanté tranquilamente y abrí la puerta de mi casillero. Saqué una toalla pequeña, blanca y mullida que mi hermana me había preparado mucho tiempo atrás para emergencias de este tipo. Con un movimiento seco se la lancé a la cabeza.

- Vaya – me dedicó una sonrisa- ¡Gracias! ¡Me has salvado!
- Me imagino que a las mujeres no les gustan los perros mojados – susurré.
- Perdona ¿Qué? – parecía cierto que no me había oído, porque mantenía la sonrisa dibujada en sus labios.
- Nada, no tiene importancia.

            El silencio hizo acto de presencia entre nosotros. Los únicos sonidos que percibía eran mi respiración, los latidos de mi corazón, la toalla secando el pelo de Shirou-san y las gotas que se suicidaban contra los cristales de la entrada.

- De nuevo, muchas gracias – me devolvió mi toalla.
- No hay problema.
- Supongo que es molesto hablar con alguien que tiene mi reputación ¿No?
- Los rumores me traen sin cuidado, no tengo interés en tu vida privada.
- ¿Te crees lo que dicen de mi?
- Me lo crea o no, ese es mi problema – cerré con un portazo la taquilla- hacerlo o no es tu problema.
- Con eso quieres decir que si yo no me meto en tu vida tú no husmearás en la mía ¿Cierto?
- Justamente.
- La gente como tú me atemoriza.

            Le miré fijamente, sosteniendo su mirada. Sonreí de lado, mostrando uno de mis colmillos, antinaturalmente desarrollados.

- Mejor para mi. – le reté.
- ¿No te interesa tener amigos?
- Son molestos.
- A mi no me lo parecen.
- Pues a mi sí.

            Se hizo el silencio de nuevo. Ambos estábamos sentados en los bancos de la entrada. Yo miraba mis pies, él el horizonte más allá de la puerta de entrada.

-¿Te gustan los perros o los gatos? – preguntó de pronto.

            Supongo que la pregunta me tomó por sorpresa. Giré mi rostro para mirarlo y él me miró a los ojos de nuevo. Sonrió, complacido por pillarme con la guardia baja.

- Los gatos – suspiré- aunque tu pregunta es ridícula.
- ¿Y por qué te gustan más los gatos?
- Supongo que por su independencia.
- ¿Te molesta depender de otros? – aún mantenía mi mirada.
- ¡A ti que te importa! – me sentía molesto - ¡No tengo porque responderte a nada más!
- Cierto, no tienes porque – susurró.

            Estábamos esperando cuando el director apareció de la nada. Nos miró extrañado y en ese momento me sentí inquieto, como si hubiese cometido un error.

-¿No les llegó el mensaje?
-¿Mensaje? – preguntó Shirou.
-Exacto, hoy se suspenden las clases por temporal.

            Miré a Shirou, cuestionándole con la mirada. Creo que el me comprendió, porque negó con un gesto de la cabeza.

- Bueno, sea como sea hoy no hay clase, pueden regresar a sus hogares.

            Ambos nos levantamos y nos inclinamos ante el director. El buen hombre sonrió y se despidió con un gesto amistoso de su mano derecha.
            Por cuarta vez abrí mi casillero y volví a ponerme mi calzado de calle. Tomé el chubasquero, aún empapado, y me lo vestí. Shirou parecía preocupado.

-¿Qué ocurre? – se giró hacia mí cuando le pregunté.
- Oh bueno, el temporal ha empeorado y no tengo nada para cubrirme.

            No pude evitar reírme en ese momento. Todo era tan surrealista… un tipo al que apenas conocía, popular en todo el instituto, acababa hablando conmigo por puro interés en un día de lluvia y ahora dependía de mi amabilidad para regresar a casa.

- Si quieres puedo llamar a mi hermana… - ya estaba sacando mi móvil. – ella puede venir a recogernos.
- De todos modos no hay nadie en mi casa – volvía a mirar al horizonte.

            Entonces, no se porque demonios lo hice, no se de donde salió aquella respuesta espontánea y sincera. Supongo que en el fondo deseaba hacerme amigo de aquel “perro solitario”.

-Esta bien, puedes quedarte en la mía hasta que amaine el temporal.

            Me miró sorprendido pero, instintivamente, le sonreí abiertamente. Quedó impactado al instante. Supongo que fue porque yo nunca sonreía y acababa de hacerlo o porque cuando sonrío mis rasgos felinos se afilan y me parezco aún más a un gato negro.

-¿No es mucha molestia?
-Mira, no es que tengamos confianza, de hecho, ni siquiera hemos hablado antes – sostenía el móvil junto a mi oreja – pero es una buena oferta temporal.

            Suspiró y se sentó en el banco de nuevo. Al otro lado de la línea mi hermana acaba de descolgar el teléfono y parecía extrañada.

- ¿Kenda? – se había preocupado- ¿Ocurre algo?
- Bueno, resulta que hoy no había clases a causa del temporal y como ha empeorado me preguntaba si podrías venir a buscarnos a un amigo y a mi – le di unos segundos para asimilarlo todo y después continué – no tiene a nadie en su casa y necesita un buen baño y algo de ropa seca.
- Oh si, sí ¡Claro! – tan abobada como siempre – me pasaré en diez minutos.
- Hasta ahora, Kaede.
- Hasta ahora.

            Colgué y miré a Shirou, esperando que dijese algo para romper el hielo que se había formado en apenas unos segundos entre nosotros.

- ¿Cómo debería llamarte? – preguntó de pronto.
- Soy Ichirou Kenda, puedes llamarme Kenda sin más – mostré de nuevo mi colmillo derecho – pero sólo por hoy.
- En ese caso llámame Kaname – me devolvió el gesto – pero sólo por hoy.

            El coche de mi hermana apareció ante la entrada. Shirou y yo corrimos hasta las puertas traseras y entramos en el coche, evitando que la lluvia se colase con nosotros.

- Hola chicos – mi hermana sonreía – supongo que soy vuestra salvadora.
- Ciertamente – respondió Shirou, sin darme tiempo a decir nada – muchas gracias, me ha salvado.
- ¡Oh por favor! No es necesario que seas tan formal conmigo – cambió las marchas – los amigos de Kenda son mis amigos, llámame Kaede.
- Onee-san por favor – miré por la ventanilla.
- Gracias por su amabilidad, Kaede-san.

            En apenas diez minutos ya estábamos en la puerta de casa. Kaede nos indicó a Shirou y a mi que entrásemos primero y me pidió que preparase yo mismo el baño. Le pedí a Shirou que me siguiese y ambos acabamos en mi cuarto y empapados.

-Así que este es tu pequeño refugio… - se quitó la camiseta- huele a ti.

            Sorprendido de nuevo por aquel cánido libidinoso. Yo también me quité la camiseta y los pantalones, hasta solo quedarme en ropa interior. Me revolví suavemente el pelo con las manos para librarlo un poco del agua. En cambio, Shirou se sacudió como el perro que era, llenándome el torso de gotas de agua.

-No me extraña que te llamen “perro solitario” – me encaminé hacia el baño y él me siguió – te comportas como uno.
-Y tú eres idéntico a un gato.

            Me giré y le miré de nuevo a los ojos. Sus ojos, a contrario que los míos, eran azules, como los de un huskey. Después volví a centrarme en el baño y abrí la llave del agua caliente.

- ¿Quién irá primero? – pregunté.
- ¿Por qué no nos bañamos juntos?- preguntó, sonriendo de un modo travieso.
- No tengo problemas con ello.

            Sin pensarlo dos veces me quité los calzoncillos y los arrojé fuera. Él, no sin antes sorprenderse, hizo lo mismo.

- Pensabas que me echaría atrás, ¿Verdad?
- Sinceramente, sí.
- Te recuerdo que soy un gato – me metí con cuidado en el agua – y soy orgulloso como el que más.

            Se adentró tras de mi y, no se como, pero acabé entre sus piernas. Unos minutos después, ya me estaba masajeando la espalda y bueno… una cosa llevo a la otra y…

Lo hicimos.

            Todo pasó tan rápido que cuando volví a tener conocimiento, Shirou estaba cenando conmigo y con mi hermana abajo. Tampoco es que me sintiese incómodo.

- Shirou-kun… ¿Te quedarás a dormir esta noche?- mi hermana parecía emocionada, yo no traía un amigo a casa desde… desde el accidente.
- Bueno… si no es mucha molestia…
- ¡Para nada! Ken-chan estará encantado de compartir su cama contigo – me miró fulminándome- ¿Verdad Kenda?
- Esta bien – tomé una patata entre los dientes- pero no me llames “Ken-chan”

            La cena fue apacible. Realmente no sabía que Shirou Kaname tuviese tanto talento para entretener a las mujeres. Hablaba de todo lo que le gustaba a mi hermana y sabía escucharla incluso mejor que yo, que apenas abría la boca en todo el día. En ese momento comprendí un poco mejor porque aquel “perro” se llevaba todas las presas a su terreno.
            Cuando terminamos de cenar, ayudamos a mi hermana a recoger y nos retiramos a mi cuarto a dormir. Como Kaede había dicho, teníamos que compartir mi cama. No era excesivamente problemático porque mi cama era matrimonial y yo seguramente no conseguiría dormir.

- Kenda…
- Dime
- Lo de antes… bueno yo…
- No tienes que preocuparte por eso, quedará entre tú y yo.
- No me refería a eso, me da igual lo que digan los demás.
- ¿Entonces?
- Lo que quería decir es que bueno… yo…

            No le dejé hablar. Le besé con fingida dulzura antes de que pronunciase algo más. Alguna de esas palabras que convierten a los gatos salvajes en adorables mascotitas de peluche obligadas a desahogarse en rascadores especializados.

- Es mejor si no dices nada – abrí la cama para ambos. – esto es sólo por hoy, un juego de un día.
- Ya pero…
- Pero nada – me adentré en mi cama – mañana cuando nos levantemos volveremos a ser Shirou-sempai y bueno… supongo que hasta hoy yo era un desconocido para ti.
-  No, no del todo – se colocó a mi lado.
- ¿No del todo?
- Suelo mirarte en los descansos, ¿Sabes? Eres una criatura misteriosa.
- Quizá gracias a ti podamos descubrir porque los perros persiguen a los gatos.

            Ambos nos echamos a reír sin sentido alguno.
Tras unos minutos solo podíamos escuchar el sonido de nuestros latidos, nuestras respiraciones acompasadas. Solo podíamos sentir… sentir las caricias, los besos por todos lados. Y esta vez, esta vez era consciente de lo que estaba sucediendo.

Ambos nos dejamos llevar por la pasión y el perro me devoró por completo.

            A la mañana siguiente, el sol había salido en el horizonte. Yo había dormido toda la noche entre los brazos de Shirou que ya no estaba en mi cama, pero en su lugar había una pequeña nota de papel que rezaba lo siguiente:

Ha sido el día más maravilloso de mi vida. Espero poder capturarte por siempre, pero si no puede ser quiero que sepas que has sido la mejor presa que he atrapado.
Ahora entiendo lo que sienten los perros cuando persiguen a los gatos.

            Una nota tan absurda, pero tan llena de significado, que me emocionó en cierto sentido. En apenas unos instantes me percaté de que había conciliado el sueño por primera vez después de mucho tiempo, sin sufrir ni una sola pesadilla.
            Me levanté y me miré al espejo. Tenía marchas por todo el cuello, el torso y la marca de un pequeño mordisco en… bueno, ahí.
            Puse mi mano derecha, con la nota aún en ella, en mi pecho, junto a mi corazón. Suspiré y sonreí.

- Creo que quizá… quizá debería dejar que mi corazón deje de latir por ti –toqué la punta de mi comillo izquierdo con la lengua – pero antes tendrás que atraparme, perro libidinoso.





Y en una taquilla de la entrada del instituto se encontraba una inscripción precaria pero significativa:
Los perros persiguen a los gatos, es un instinto natural, una razón de existencia. Y yo te devoraré de nuevo, una y otra vez, Kuroneko.


Y un gato sonrió.




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