Pierde sentido alguno la vida que un día he llevado y comienzo a recapacitar sobre los logros que he alcanzado en ella.
Ante mis ojos, recuerdos pasados, no tan pasados y que no han llegado a crearse aun, pasan en apenas milésimas de sengundo.
Siento todas y cada una de las emociones que me han abordado en el transcurso de mis experiencias.
Escucha.
¿Lo oyes?
Es el sonido de las campanas de una iglesia.
A lo lejos, muy lejos, casi no lo percibo.
Y es que yo, alejada hace mucho ya de la casa de un Dios todopoderoso, no puedo rozar siquiera las puertas del tan humanamente ansiado cielo.
Me encomiendo, por tanto, a ti, oh todo poderoso hades, para que guíes mi alma hasta los confines de la nada y desaparezca más allá del tártaro, donde jamás ha existido nada y espero que jamás exista. Mi alma no será el primer habitante de las reconditas tierras del olvido, pero espero que sea el último en poseer mi nombre.
Me despido, para no volver atrás.
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