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Who's here right now?

[21, 06, 09 // 14:11] "Elva"

La luz recorría el espacio en décimas de segundo. Ante mí, pasaban miles de colores, unidos y uniformes. Impactaban contra la diana de pruebas y desaparecían, como si no hubieran existido.

- Siempre me observas en la distancia, pequeña mía.

Desde mi más tierna infancia acudía allí, al campo de prácticas, a observarle. Solía quedarme muda y helada en cuanto comenzaba a conjurar.
Nunca pronunciaba una sola palabra en su presencia. Me sentía mediocre... disminuía al percibir su fragancia. Su voz acariciaba mis sentidos, como si de finísima seda se tratase. El tacto de sus manos entre mis cabellos me alentaba a seguir luchando por mis poderes.

¿Por qué había nacido yo, la primogénita de mi familia, sin poderes?
Solían decir que yo era una hija bastarda, nacida de la unión de un humano y una bruja. Decían que me habían adoptado por caridad y me habían dado el nombre de Elva a causa del lugar donde me habían encontrado. Siempre había observado con envidia a los otros niños, que hechizaban sin control y por puro placer.
Observando a aquel jóven mago, de costumbres arraigadas y tez amigable, siempre me quedaba embobada, soñando que algun día el se fijaría en mi por mis increíbles poderes. T
enía claro que tan sólo era un sueño, pero era mi sueño.

- ¿Te apetece un helado, pequeña?

Su sonrisa era brillante. Juraría que el Sol lo envidiaba desde el cielo cada vez que la mostraba.
Tenía quince años por aquel entonces y, aun así, me seguía tratando como si fuera p
equeña. Él tenía dieciocho. Siempre me regalaba un helado y su compañía cuando terminaba sus prácticas. Si no era un helado, era un chocolate caliente y si no, un zumo de manzana.

Nos dirigimos hacia la ciudad. Llegados allí, fuimos directos a nuestra cafetería predilecta. Era un lugar pequeño, apartado y escondido entre dos grandes edificios. Era una cafetería familiar, acogedora. En las paredes descansaban colgados retratos de niños que habían pasado por allí. Cerca de un gran ventanal se encontraba mi retrato.
Nos sentamos en una mesa apartada, como siempre. Yo pedí un helado de fresa y él uno
de chocolate.




Felicidades Nerea, ¡dieciseis añitos ya!

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